I recently hopped over to Barcelona for a weekend trip that was equal parts chaotic and inspiring. My 24 hour adventure kicked off with a solo rooftop dinner date with the city. I was staying close to the Arenas de Barcelona - a shopping centre that´s in a former bull fighting ring, which has a wrap-around roof terrace offering 360 degree views of the city.
I had originally planned to go to a restaurant that a friend had recommended, but I decided to dine in one of the restaurants on the rooftop of Arenas as I was up there for sunset and liked the look of one of the restaurants´ menus. I settled into my cosy corner of the establishment, ordered my food and got stuck into the book I´m reading - Eat, Pray, Love. I was seated on one end of a rather long bench that stretched down one side of the restaurant and was adorned with just the right amount of bohemian blankets and cushions. It all felt beautifully cinematic (and of course slightly clichéed due to my book of choice) - a delicately presented mocktail, a favourite food of mine on the way and Eat, Pray, Love tucked beside my plate. Before long my food arrived, a divine plateful of grilled salmon with seasonal vegetables and I savoured every mouthful, having not eaten salmon for quite some time. Just as I was contemplating the idea of dessert, as if Barcelona wanted to add her own twist to my evening, a tiny mouse snuck into my vision. It had ventured out from the lovely bench I was seated at and had started tucking into the crumbs underneath the table next to me, which had just been vacated by a family of four. I put my book back in my bag and for a brief moment the mouse seemed to acknowledge my movements, yet didn't seem phased by my presence, nor by the waiters who were walking past said table. Immediately, the thought of dessert went out the window, so I paid my bill and headed on my way. I´m sure most people would have reacted by kicking up a fuss, but I found the whole situation really quite comical. I mean, I would maybe expect to see mice at street level but to be right up on the top floor? Stealthy mice indeed. Luckily, I had already booked myself in to use the spa facilities at my hotel so off I went, ready for an evening of self-care and relaxation far away from what may as well have been the set of Ratatouille.
The following day was, thankfully, much less dramatic. My flight wasn´t until the evening, so after a slow morning consisting of more time in the spa, fresh juice and croissants, I checked out of my hotel and headed for Montjuïc. It´s an area that I´d always wanted to explore whenever I´ve visited the city in the past, but I had never gotten around to it before. The forecast for the day was brilliant, clear skies and sunny with temperatures of what must have been 18-20 degrees. I headed up past the Fuente Mágica de Montjuïc and took in the stunning views at the top of the steps in front of the Museo Nacional de Arte de Cataluña. My next stop was the Fundación Miró where I spent a good while taking in the shapes and constellations of Joan Miró. After that, I got wonderfully lost while wandering along the many paths of the hill of Montjuïc before heading back down to Plaza de España to catch the bus to the airport. Some highlights of my Montjuïc ventures include the Jardín Botánico Histórico and El Teatro Griego and the surrounding gardens, where you get a real sense of peace and groundedness, even though you´re in the heart of a bustling city.
All in all, despite the unexpected dinner guest, it was a perfect trip. That´s Barcelona for you - endlessly charming, slightly chaotic and always ready with a surprise. What did I learn from my visit? Always go to the recommended restaurant. Always.
Hace poco fui a Barcelona para pasar un fin de semana que fue tan caótico como inspirador. Mi aventura de 24 horas empezó con una cena sola en la azotea con vistas a la ciudad. Me alojaba cerca de las Arenas de Barcelona, un centro comercial que está en una antigua plaza de toros y que tiene una terraza en la azotea con vistas de 360 grados de la ciudad.
Mi intención inicial era ir a un restaurante que me había recomendado una amiga, pero decidí cenar en uno de los restaurantes de la azotea de Arenas, ya que estaba allí para ver la puesta de sol y me gustó lo que vi en la carta de uno los restaurantes. Me senté en un rincón acogedor del local, pedí la comida y me sumergí en el libro que estoy leyendo: Eat, Pray, Love. Me senté en un extremo de un banco bastante largo que se extendía a lo largo de un lado del restaurante y estaba decorado con la combinación perfecta de mantas y cojines bohemios. Todo me parecía maravillosamente cinemático (y, por supuesto, un poco cliché debido al libro que había elegido): un cóctel sin alcohol delicadamente presentado, mi comida favorita en camino y Eat, Pray, Love junto a mi plato. Al poco rato llegó mi comida, un plato divino de salmón a la parrilla con verduras de temporada, y saboreé cada bocado, ya que hacía bastante tiempo que no comía salmón. Justo cuando estaba pensando en pedir postre, como si Barcelona quisiera darle un giro a mi velada, un ratoncito se coló en mi campo de visión. Había salido del precioso banco en el que estaba sentada y había empezado a comer las migas que había debajo de la mesa de al lado, que acababa de dejar libre una familia de cuatro personas. Guardé mi libro en el bolso y, por un momento, el ratón pareció darse cuenta de mis movimientos, pero no se vio afectado por mi presencia ni por los camareros que pasaban junto a la mesa. Inmediatamente, se me olvidó lo del postre, así que pagué la cuenta y me fui. Estoy segura de que la mayoría de la gente habría reaccionado de forma exagerada, pero a mí toda la situación me pareció bastante cómica. Es decir, quizá esperaría ver ratones en la calle, pero ¿en la azotea? Ratones sigilosos, sin duda. Por suerte, ya había reservado para usar las instalaciones del spa de mi hotel, así que me fui, lista para una noche de cuidado personal y relajación, lejos de lo que bien podría haber sido el escenario de Ratatouille.
Por suerte, el día siguiente fue mucho menos dramático. Mi vuelo no salía hasta la tarde, así que, tras una mañana tranquila en la que disfruté de más tiempo en el spa, zumo natural y cruasanes, me fui del hotel y me encaminé hacia Montjuïc. Es una zona que siempre había querido explorar cada vez que visitaba la ciudad, pero nunca había tenido ocasión de hacerlo. El tiempo prometía ser espléndido, con cielos despejados y temperaturas de entre 18 y 20 grados. Pasé por la Fuente Mágica de Montjuïc y disfruté de las impresionantes vistas desde lo alto de las escaleras frente al Museo Nacional de Arte de Cataluña. Mi siguiente parada fue la Fundación Miró, donde pasé un buen rato contemplando las formas y constelaciones de Joan Miró. Después, me perdí maravillosamente mientras paseaba por los numerosos senderos de la colina de Montjuïc antes de volver a la Plaza de España para coger el autobús al aeropuerto. Algunos de los lugares más destacados de mi visita a Montjuïc son el Jardín Botánico Histórico y el Teatro Griego y los jardines que lo rodean, donde se respira una verdadera sensación de paz y tranquilidad, a pesar de estar en el corazón de una ciudad bulliciosa.
A pesar del invitado inesperado a la cena, fue un viaje perfecto. Así es Barcelona: infinitamente encantadora, un poco caótica y siempre dispuesta a dar sorpresas. ¿Qué aprendí de mi visita? Que siempre hay que ir al restaurante recomendado. Siempre.
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